El tiempo que dedicas a imaginar canciones de amor que no se han inventado
Me encuentro imaginando un mundo donde el amor solo se imagina. Creamos escenarios con los momentos que vivimos, ciudades que inventamos a través del asiento de un vehículo. Un taxi negro y un conductor que canta “Power of love” de Luther Vandross a pleno pulmón. Él conduce por unas calles vacías con un público imaginario, recuerdos de aquel amor que le hizo soñar. Rascacielos vacíos destinados al encarcelamiento individual que decoran una ciudad llena de sueños libres.
Somos el vacío que dejamos
Noto la susceptibilidad apoderarse de cada uno de mis actos. A veces es una manera impulsiva de hablar, de expresarse. ¿Cómo es capaz el vacío de distorsionar la realidad? Con los años, me siento cada vez más pesada y vacía. Una palabra que cobra vida, una palabra que escucho en la gente y solo consigo arrepentirme cada vez que aparece. Vacío. ¿Cómo puedes sentirte vacía si lo tienes todo?
La singularidad de la cotidianidad
Si la vida estuviese destinada por el querer hacer cosas extraordinarias y no sencillas, cosas del día a día que pasan desapercibidas, esas cosas que no importan, la vida no existiría. Esta mañana he tomado un café en una terraza al sol; la lluvia nos ha dado un respiro y he pensado en la singularidad de la cotidianidad.
La epifanía del caos
Sábanas blancas perfectamente dobladas, planchadas. Hacer la cama. El reloj de pared o de bolsillo, o cualquier reloj que aparece en las paradas de tren. O ninguno. Aunque no lo veamos, siempre avanza.
La practicidad de las segundas veces
Descubrí a David Nichols en el año 2012, en el aeropuerto de San Diego. Acababa de pasar el que sería el peor control de seguridad de mi vida (de momento) Me hicieron vaciar todo mi equipaje: la bolsa de aseo, la bolsa de las bragas, camisetas, pantalones, jerséis...
Nunca nada más pasará
2025, Londres: El grupo de música Mumford and Sons anuncia el lanzamiento de su último álbum después de un tiempo de separación. Rushmere verá la luz en marzo, un día después de mi cumpleaños. Los aeropuertos me vuelven algo sentimental, me hacen perderme entre las caras deseosas de la gente. Ahora espero en la puerta de embarque y en la pantalla azul aparece Londres, Gatwick, “última llamada”. Pero volvamos al principio, al principio de todo.
Senza crema solare
Hace poco, leía un breve artículo, de esos que aparecen aleatoriamente en las inmensas horas que abordamos la pantalla. El artículo en sí, escrito en italiano, idioma que adoro y añoro, me transporta a una juventud romántica y desconocida. Años mejores, quizá. Somos lo que pensamos en una sala de espera, cuando no puedes estar en ningún otro sitio y tus verdaderos pensamientos relucen a través de una luz azulada y oscura que emite un foco sobre tu cabeza. Una apología a la espera, el privilegio que concede el aburrimiento.
El Big Ben y su despiadada capacidad para hacernos sentir importantes: Una carta de amor.
Me mudé a Londres cuando tenía 23 años en un intento suicida de salvar el mundo. Puede que la percepción del mundo de aquel entonces fuese demasiado dramática; al fin y al cabo, no había vivido más que 23 años. ¿Qué eran 23 años en la escala global del universo?
Manual para odiar a la gente. Spoiler: No se puede
Me gustaría odiar a la gente; me encantaría sentir aberración, resentimiento y asco. Culpar a los demás de absolutamente todo lo que sucede en el mundo, culpar a la panadera por mi día de mierda, a esa persona que te mira mal en la cola del supermercado o que simplemente se choca contigo sin motivo en una acera vacía.
Siempre en estado de espera
En julio las sirenas duermen aguardando las mareas del invierno. Viven encapsuladas en una burbuja de tiempo, fantaseando y gestando las melodías que harán temblar el mundo, que provocarán esos movimientos terrestres y derribarán edificios. Algún hombre, incluso alguna mujer, caerá rendido ante las engañosas redes de caracolas y perlas. Pero hoy las sirenas duermen, se mantienen a la espera.