Senza crema solare
Hace poco, leía un breve artículo, de esos que aparecen aleatoriamente en las inmensas horas que abordamos la pantalla. El artículo en sí, escrito en italiano, idioma que adoro y añoro, me transporta a una juventud romántica y desconocida. Años mejores, quizá. Somos lo que pensamos en una sala de espera, cuando no puedes estar en ningún otro sitio y tus verdaderos pensamientos relucen a través de una luz azulada y oscura que emite un foco sobre tu cabeza. Una apología a la espera, el privilegio que concede el aburrimiento.
Digamos que hablamos de Ibiza en invierno. Algunos lo describirían como el eterno paisaje melancólico expectante de verano, un lugar fantasmagórico privado de personas y palas de playa, sin cremas solares ni barcos rebosantes de cinismo. Un lugar desierto. Con la inercia de tu peso, te sientas en la arena de una playa completamente vacía. Posiblemente acabes preguntándote qué haces en ese lugar, qué haces con tu vida. Sin embargo, es ese instante en el que escuchas el exorbitante ruido de tu alrededor. La tierra fría y húmeda te habla, te cuenta historias. Las gaviotas se congregan a tu alrededor, habitando su espacio habitualmente consumido por el incesante movimiento de toallas. Casi puedes tocarlas. El mar en calma refleja los colores interrumpidos de ese atardecer. Es únicamente tuyo. Tu respiración se sincroniza con la incesante melodía de las olas. No había habido nunca tanta vida. En la quietud de tu cuerpo, el deseo florece. Tu cuerpo es la primera sala de espera; siempre ha estado esperando. Minutos, años, meses conviven en ti. Tu cuerpo espera pacientemente ese fin, pero mientras tanto, vive. Quando la tua vita si ferma, comincia la vita.