Nunca nada más pasará

2025, Londres: El grupo de música Mumford and Sons anuncia el lanzamiento de su último álbum después de un tiempo de separación. Rushmere verá la luz en marzo, un día después de mi cumpleaños. Los aeropuertos me vuelven algo sentimental, me hacen perderme entre las caras deseosas de la gente. Ahora espero en la puerta de embarque y en la pantalla azul aparece Londres, Gatwick, “última llamada”. Pero volvamos al principio, al principio de todo. Corría el año 2009 y digo corría porque, sin darnos cuenta, han pasado dieciséis años. Orangevale, Sacramento. CA.

Recuerdo la luz que entraba por aquel ventanal con vistas a un atardecer, el establo donde descansaba nuestra yegua Candy y los pastos llenos de pavos reales de los vecinos. Parece un sueño, pero simplemente es el sueño americano. Un viaje en coche. ¿Qué le puedes pedir a una persona de diecisiete años que acaba de empezar a descubrir el mundo? Mirar por la ventanilla es posiblemente la función más importante. Observar, descubrir, analizar las verdades que atraviesan velozmente la ventanilla del cristal. En aquel entonces mi inglés era débil; aún sigo aprendiendo. Nunca seremos del todo capaces de expresarnos a la perfección en ningún idioma, ni siquiera el materno.

 

Me detuve a escuchar la radio. Estaba sentada en un sofá blanco inmersa en el libro de Frankenstein, de Mary Shelley (uno de los mejores libros que he leído), deberes de inglés, papel y diccionario en mano. Lo primero que pensé en el universo de aquel sofá de pelos fue en lo mucho que me parecía a Frankenstein. Completamente disfuncional, en una vida que no era la mía, hecha de diferentes pedazos. Seguramente hablaría igual que él. Puede que desde entonces avance arrastrándome con pies descolocados. Lo segundo en lo que pensé fue que probablemente era la primera vez que escuchaba un banjo en una canción de una radio comercial; solo llegué a entender de aquella canción que invadía mi concentración: “It was not your fault but mine”. ¿De qué tenía culpa aquel grupo? Marcus, Ben, Ted y Winston. Hicieron un cover de Hey Jude de los Beatles, pero a pesar de ser cuatro integrantes y ser originarios de Inglaterra, en lo único en lo que se pueden parecer es en los ojos. “The eyes, chico, they never lie.”

Tardé cuatro días en volver a escuchar la canción. La radio permanecía doce horas encendida para que no se me escapase y cuando por fin volvió a aparecer, tuve que correr y pedirle a mi amiga que por favor me desvelase el nombre de aquella canción. “Little Lion Man”. Era marzo.

 

Pero volvamos a Londres, año 2018. The Kings Arms, Shepherd Market. Mumford and Sons anuncian el lanzamiento de su nuevo álbum Delta para la fecha de mi cumpleaños. “Qué regalo”, pensé. Dos amigas tomaban una pinta de cerveza templada en una mesa alta desgastada con olor a moqueta húmeda. De fondo sonaba “I Will Wait” (2012). “Mira, Marta, está sonando una de mis canciones favoritas”. No hay más cliché que el que suene tu canción favorita en un bar cuando eres feliz. En ese momento, quizá por premonición, quizá por aquel estado de euforia temporal, levanté la cabeza y ahí estaba de espaldas, Marcus Mumford pidiéndose una pinta de Guinness y llevándose el dedo a la oreja. Recuerdo que pensé: Le estará diciendo a su amigo: “Mira, es mi canción”.

Me quedé bloqueada, quería saludarlo, quería decirle lo que sus canciones habían significado para mí, pero no podía moverme de aquel taburete. “Marina, nunca más volverá a pasar algo así”, gritó mi amiga con decisión, antes de levantarse de la silla y correr detrás de él antes de que desapareciese. Ella y su capacidad de vencer a la vergüenza. Nos dio un abrazo. “So glad to meet two Spanish girls so far from home. Lo que él no sabía es que estábamos en casa, ella y yo, en aquel callejón maloliente; compartiendo aquella adrenalina y bebiendo cerveza, éramos casa. Porque al final casa es cuando repasas el listado de salidas del aeropuerto y te descubres a ti misma buscando los destinos en los que fuiste.

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