Siempre en estado de espera
En julio las sirenas duermen aguardando las mareas del invierno. Viven encapsuladas en una burbuja de tiempo, fantaseando y gestando las melodías que harán temblar el mundo, que provocarán esos movimientos terrestres y derribarán edificios. Algún hombre, incluso alguna mujer, caerá rendido ante las engañosas redes de caracolas y perlas. Pero hoy las sirenas duermen, se mantienen a la espera.
El salitre, aguado perfume soporífero y arenoso congestionado de agudeza, allanaba una habitación blanca a través de la ventana de una vivienda desconocida. Puede que no estuviese pasando nada importante; todo era estático y el calor de un julio adormecido apostaba todo al juego de sus cartas. ¿Qué apuesta el tiempo cuando no tiene nada que ganar? Ella miraba con recelo e incertidumbre los cuadros abstractos de las paredes. Parecían pequeños universos de colores vivos, únicos, colgados en la magnitud de aquella pared blanca bañada de sal. Habitaban gatos en aquella casa llena de luz. Los gatos no se acercaban, miraban maliciosos, paralizados e hipnotizados desde su posición. Esperando un ataque. Los gatos no querían caricias; ella, no obstante, lo único que deseaba era ser acariciada.
El color océano se mezclaba con el marrón avellana. ¿Alguna vez existieron los colores? El silencio se vio interrumpido; no había existido jamás. Ella miró, observó las palabras dibujarse en el calor que desprendían aquellos cuerpos. Ellos que nunca habían sido. Alguien había apretado el botón de reproducir. Unas manos alargadas cambiaron la densidad del aire. Todo lo que había vivido había sido un entrenamiento para aquel encuentro; había estado siempre en estado de espera.
Del cenicero de cristal salían pequeñas líneas que se difuminaban con la ronca voz de aquella perspicaz ninfa. Aquel humo consolidó la poesía, invocó a la minoría absoluta. Aquel océano dormido paralizó las nubes del cielo y petrificó la materia de un instante. Ella, que no era, ella que llegó a ser. Ansiaba ese acercamiento, sentada en una silla que no era suya, mirando a unos ojos que no le pertenecían. Esperando. Nunca es tarde para intentarlo; amarte no podía esperar.
Ellos solo estaban parados frente al mar, mientras el mundo giraba.
De fondo, la criatura marina se desveló envidiosa y avariciosa, robó la melodía de “Stand By”, haciendo suya una canción de Extremoduro que nunca poseería, y el mundo momentáneamente dejó de girar. Despertaron las criaturas que el agua quiso encerrar.