Somos el vacío que dejamos

Noto la susceptibilidad apoderarse de cada uno de mis actos. A veces es una manera impulsiva de hablar, de expresarse. No logro comprender cómo cabe tanto dentro de algo que no es nada, tanta acritud en esos gestos extraños que nos rodean. ¿Cómo es capaz el vacío de distorsionar la realidad? Con los años, me siento cada vez más pesada y vacía. Una palabra que cobra vida, una palabra que escucho en la gente y solo consigo arrepentirme cada vez que aparece. Vacío. ¿Cómo puedes sentirte vacía si lo tienes todo? Quizá los actos violentos de mis pensamientos solo estén manejados por el vacío que vive adueñado de todo.

Me considero una persona afortunada, pero atormentada sin quererlo por ideas. Creo que mucha gente tiene ese enganche de culpabilidad, saber que nunca te irá mal del todo, pero que siempre habrá cosas que no podrás alcanzar. Me asusta ser la única con la capacidad para destruirme y ese miedo se convierte en vacío. Del vacío siento remordimiento y luego no consigo sentir nada. Siento el vacío que dejan mis amigas cuando vuelvo a casa después de un fin de semana juntas. El vacío que dejan mis padres cuando terminamos de comer y desaparecen por la puerta o el vacío que deja mi perra cuando no está conmigo. Cada mañana, al abrir los ojos, tengo un leve, pero poderoso pensamiento intrusivo y me imagino despertando en otro lugar, visitando aquellas luces que atravesaron alguna ventana en algún sitio. Aquel sol que es igual pero distinto.

No consigo llenar los huecos que viajar ha perforado con cada desplazamiento. Empezó siendo un simple entretenimiento. Pasear un lunes por las calles de una ciudad que no me pertenece. Se fue expandiendo como una plaga por cada rincón, con ansia de monopolizar y dominar todo, dejando sensaciones vacías y sin control. ¿Qué me hace estar atrapada en esta cama y no en medio del barullo desconocido de otro lugar?

Cada vez que viajo descubro una nueva versión menos formada de mí y compruebo que cada vez necesito menos. Que la educación es relativa y que todo el mundo tiene algo que enseñarte y todos tendremos siempre algo de lo que aprender. No se trata de deslumbrar al mundo, sino a la persona que tienes delante. Regalar unas palabras amables y amigas. Que lo que unos buscan con dinero, otros lo sufren en su día a día. Es una trampa. ¿Qué consecuencias estoy provocando al sumergirme en este mar cristalino, en esta cultura incomparable? ¿Qué será de esto que estoy viviendo cuando desaparezca?

Paseaba por un hawker de Singapur, sudando descontroladamente y con un sentimiento de plenitud poco habitual en esta era. Singapur tiene ese je ne sais quoi, ese cálido recibimiento que, nada más aterrizar, descubres que toda tu vida ha sido una mentira o que quizá el excentricismo siempre te ha quedado grande. El calor es asfixiante; sin embargo, todas las calles están llenas de flores. Todo está limpio, todo está en orden. Es como transportarse a un oasis de calma en medio del caos, a una realidad paralela.

Una noche, en una de sus maravillosas degustaciones culinarias, visualicé a una chica que se parecía un poco a mí. Era más alta y tenía los ojos algo rasgados, pero tenía ese brillo que se genera en los ojos cuando estás disfrutando de una conversación y comes con hambre unos tallarines de salsa de ostras. Cuando lo que tienes delante te interesa de verdad y no hay distracciones. El arte de observar y prestar atención está desapareciendo como una especie en extinción; ya no quedan ojos a los que mirar. ¿Cómo sería mi vida si yo fuese esa chica y me mudase a esta embaucadora ciudad? ¿Cómo sería mi vida si decidiese prestar atención a lo que tengo delante?

Desde que viajo, me consumen esas preguntas habitualmente. ¿Quién se sentará en este bar cuando yo no esté? ¿Quién hablará con la encantadora recepcionista del pequeño hotel de las afueras y quién comprará las mismas flores que compré yo hoy? Ese vacío, ese hueco que se crea en mi interior al no estar, puede llegar a tener vida propia. Quizá nadie se acuerde de mí; es lo habitual en estos casos, no hay nada que me diferencie de la siguiente persona que camine sobre mis pasos. Yo, sin embargo, siento su presencia en el vacío que he dejado. Me persiguen los ojos de aquella chica, su vida y sus decisiones imaginarias. No consigo asentarme al ser una sola persona. Al sentir las mismas cosas una y otra vez. Me queda grande sentir, igual que me queda grande Singapur y sus embusteras avenidas. Por mucho que pasee por sus calles queriendo ser otra persona, no dejaré nunca de llamarme como me llamo y de sentir aquello que siento.

Me encantaría tener mil vidas, carretes de oportunidades y repertorios de experiencias. Me da miedo el vacío que siento al querer tenerlo todo. Me da miedo el vacío que dejo cuando desaparezco de un lugar. Aunque quizá también soy eso, de alguna forma me pertenece ese vacío que dejo al no estar; de alguna forma soy todas las cosas que no llegué a ser, pero tuve al alcance de mi mano.

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