La epifanía del caos
Sábanas blancas perfectamente dobladas, planchadas. Hacer la cama. El reloj de pared o de bolsillo, o cualquier reloj que aparece en las paradas de tren. O ninguno. Aunque no lo veamos, siempre avanza. Sus horas no son libres. En cada hora hay una misión previamente planificada, premeditada. Todo tiene que ser perfecto. La perfección es a lo que se aspira conseguir. Es lo único que importa. Repetir y repetir y repetir hasta alcanzarla. Toma café. Café ecológico de Colombia o Panamá. Siempre mencionar los exorbitantes precios. No puedes cuestionar lo que hay detrás de la etiqueta, es ecológico, así me lo están diciendo. Si no me lo dijesen, no tendría el mismo sabor. Todo es perfecto. Todo tiene un orden. Piensas en el orden de los siguientes días, aunque todo lo que piensas siempre es lo mismo. Sábanas limpias colocadas en la cama los domingos. Café a las nueve, reunión a las diez, cigarrillo a las once, almuerzo a las dos. Uno detrás de otro. Te levantas temprano. Pero no demasiado. Hay que seguir el orden de las cosas. Pádel los martes, ir al cine los miércoles. Tomar una cerveza en un bar los jueves. Hablar de las horas organizadas de los días. Es lo único real que cuenta. Repetir y repetir y repetir. Semáforos. Colores que juegan en orden. Las llaves puestas en una caja en la entrada. Siempre en la entrada. El sofá colocado delante de la televisión. Pero no te puedes sentar. No es el minuto que toca. Dos semanas previamente organizadas de libertad controlada. Hace calor. Puedes bañarte en la piscina que pagas rigurosamente todos los meses en una comunidad de vecinos perfectos. No corras. No saltes. No juegues a la pelota. No salpiques. Es un niño, no importa. No grites. No nades muy rápido. No hagas ruido. Hay una esquina a la sombra. Molestas. Es la única sombra que tiene la piscina. Tú no la mereces. No te pongas crema antes de bañarte. El agua está sucia. No pongas música. Todo está organizado para que tu seas libre. Es como tiene que ser. ¿No ves que estás siendo libre? No te quejes. Es tu momento de descanso absoluto. Pero hay moscas. Solo son dos semanas… ¿Y si? No se nos permite equivocarnos; no está en el guion. Equivocarse. No se te permite. Piensas. No sucede nada. Pero un día te equivocas. Sin quererlo. A contrarreloj, que te va diciendo a cada minuto lo que viene después. De repente, sucede algo. Te has equivocado y ha sucedido algo. Quieres más. Más cambio, más movimiento. Te descarrilas de las vías con todos los espectadores mirando desde la estación. Te están gritando. Te advierten y te gritan. Tienes que obedecerlos. Es tu deber. Pero tú no los escuchas. El tren ha seguido avanzando por otro camino y nada está escrito. Todo es nuevo, todo es caos. El tren te muestra a través de la ventanilla nuevas formas de llenar los minutos. Es imposible, no está escrito. Pero sigues avanzando. Te sigues equivocando y donde antes había orden, ahora solo hay confusión. Todo es un desastre. No hay semáforos. Has puesto las sábanas limpias el martes. El equilibrio del caos. Se balancea como un funambulista en la cuerda. Tienes miedo de caer, pero no te das cuenta de que estás sujeto. Todo es caos. Las calles no tienen aceras. No hay relojes. Quieres café a las ocho de la tarde. No pasa nada. Nadie se fija en ti. ¿Cómo es posible? No te has caído de la cuerda. Sientes vértigo. El niño va descalzo. Está corriendo detrás de una gallina. Grita. Todo el mundo grita. Pero no pasa nada. Sientes paz en medio del caos. Comprendes que es la única forma que tienes de salvarte.